A veces, una historia no te encuentra: vos vas hacia ella. Y en el camino, te encontrás con vos mismo.
Guillermo pasaba otra madrugada más sin poder dormir. En Padua, la noche se arrastraba como un susurro espeso, y el silencio de su casa no hacía más que amplificar los pensamientos. El televisor encendido, el café frío en la mano, la vida en pausa. Hasta que apareció eso. Una placa roja. Una noticia mínima, como tantas que se pierden entre publicidades y titulares vacíos:
“Caso cerrado en San Luis: familia entera muerta. Se descarta intervención de terceros.”
Una casa humilde. Una ventana rota. Cuerpos sin explicación.
Nada más.
Nada menos.
Para muchos fue solo otra noticia. Pero a él lo atravesó. Sintió un llamado que no podía ignorar. Algo en esa imagen le habló directo al pecho, como si lo que se callaba en ese pueblo estuviera esperando ser contado.
Y ahí, después de años sin escribir, después de haberle perdido el pulso a las historias, anotó una frase en su libreta:
“A veces, el silencio no es olvido. Es solo el principio.”
No fue solo el inicio de una novela. Fue el inicio de una búsqueda. De una obsesión. De un descenso a un misterio donde las voces se apagan a la fuerza y los expedientes cierran sin justicia.
Guillermo dejó su vida atrás, tomó su libreta, y partió hacia San Luis. No por fama. No por morbo. Fue por esa urgencia de entender lo que nadie quiso explicar. Por ese instinto que te dice: “esto no puede quedar así”.
Y lo que encontró en ese pueblo fue mucho más que un crimen. Encontró secretos viejos, pactos de silencio, testigos que no hablaron, y un rompecabezas que no encajaba…
Hasta que él decidió mirar donde otros bajaban la vista.
📚 Esta historia nace del dolor, del misterio y del coraje de no callar. Una novela que no solo se lee: se siente.
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