Cuando el silencio se vuelve historia: así nació Donde callan las huellas.

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Hay historias que no se escriben. Se susurran. Se sienten. Se arrastran detrás nuestro como una sombra que espera su momento para decirnos algo. Donde callan las huellas nació así: como un murmullo que no me dejaba en paz.

«Hay historias que no se escriben. Se susurran. Se sienten. Se arrastran detrás nuestro como una sombra que espera su momento para decirnos algo.»

No fue un crimen lo que me empujó a escribir esta novela, aunque la historia arranque con uno. Fue el silencio. Ese silencio espeso, denso, casi físico, que muchas veces se posa en los pueblos donde han pasado cosas que nadie quiere recordar. Me imaginé caminando por calles angostas, entre casas cerradas y miradas que se desvían. Me imaginé un escritor—quizás un alter ego, quizás un extraño—que llega sin ser llamado, guiado solo por la intuición de que ahí hay algo más. Algo que no se dijo. Algo que necesita ser contado.

«No fue un crimen lo que me empujó a escribir esta novela, aunque la historia arranque con uno. Fue el silencio.»

No fue inmediato. Esta historia me habitó mucho antes de que yo supiera cómo contarla. Hubo una imagen que me quedó clavada: una casa vacía, una familia asesinada, un pueblo que sigue su rutina como si nada hubiese ocurrido. ¿Por qué? ¿Qué se esconde detrás de tanta calma? Y ahí entendí que no quería escribir un policial cualquiera. Quería escribir una novela donde el misterio no solo estuviera en el crimen, sino en las personas, en sus gestos, en sus contradicciones. En lo que no dicen.

“Cuando uno se mete en los secretos de los otros, algo se transforma también por dentro.”

Mientras escribía, muchas veces sentí que caminaba junto al protagonista. Que cada vez que él golpeaba una puerta o se sentaba en la plaza a observar a los vecinos, yo también estaba ahí. No como autor, sino como testigo. Y a veces como cómplice. Porque cuando uno se mete en los secretos de los otros, algo se transforma también por dentro.

“Cuando uno se mete en los secretos de los otros, algo se transforma también por dentro.”

No fue fácil. Hubo capítulos que me costaron más que otros. No por lo técnico, sino por lo emocional. Algunos personajes me sorprendieron. Otros me dolieron. Algunos me hicieron enojar, como si fueran reales. Y quizás lo son. Porque todos esos silencios, todos esos susurros, tienen raíz en la realidad. No son inventos puros. Son fragmentos de verdades camufladas. Experiencias que escuché, miradas que me marcaron, dolores que no me pertenecen pero que decidí tomar prestados para darles voz.

Donde callan las huellas no es solo una historia de misterio. Es también un intento de entender por qué callamos, qué nos lleva a ocultar, a encubrir, a mentirnos. Qué mecanismos tiene una comunidad para proteger lo que ya está podrido, solo para no enfrentar el olor. Y por qué, a veces, hace falta alguien de afuera para desenterrar lo que ya todos decidieron enterrar.

“Hace falta alguien de afuera para desenterrar lo que ya todos decidieron enterrar.”

Cuando terminé la última página, no sentí alivio. Sentí vacío. Como si hubiese dejado algo mío entre esas palabras. Como si el libro me hubiera escrito a mí, más de lo que yo lo escribí a él.

Hoy lo miro publicado y pienso en todo ese camino recorrido. No solo el de la trama, sino el personal. Y me doy cuenta de que cada lector que lo abra también va a caminar por esas calles, va a mirar a esos personajes, va a sentir esa atmósfera densa. Ojalá lo haga con el corazón abierto. Porque entre esas huellas calladas hay verdades que siguen hablando bajito. Solo hay que animarse a escucharlas.

«Si te animas a caminar por donde otros eligieron callar, este libro es para vos. Me encantaría saber qué sentiste al leerlo, qué huellas dejó en vos. Podes dejar tu comentario o compartir tu experiencia. Las historias no terminan cuando cierran un libro: recién ahí empiezan a hacer eco.»

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