Cuando el aire se corta

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Ese momento y ese lugar marcaron algo más que una simple sensación pasajera. Fue el instante en que entendí que lo que estaba viviendo no era solo un sobresalto del cuerpo, sino una experiencia que me atravesaba por completo y que, de alguna forma, iba a quedarse conmigo más tiempo del que hubiera querido.

Entre las luces frías del supermercado y el murmullo de la gente, mi respiración se mezcló con un miedo que no sabía nombrar, un miedo que no respondía a nada externo, pero que igual se apoderó de todo. Lo que empezó como un pinchazo en el pecho se transformó, de golpe, en un mundo que se cerraba sobre mí.


📌 ¿Qué fue lo que sentí en ese momento?

Al principio no entendí qué era lo que me estaba pasando. Solo sentí un pinchazo leve en el centro del pecho, como si alguien hubiera apoyado un dedo frío contra mi esternón. Seguí caminando, intentando ignorarlo, pero algo dentro de mí empezó a agitarse, como un animal encerrado que detecta peligro antes que su dueño.

Las luces del supermercado parecieron hacerse más blancas, más filosas. El murmullo de la gente, antes lejano, se volvió una mezcla espesa de voces que se me pegaban en los oídos. Mis manos comenzaron a sudar. Intenté tomar una caja de fideos del estante, pero mis dedos temblaron tanto que casi la tiré.

“Respirá”, me dije, pero la palabra salió como una orden hueca, sin fuerza. Sentí cómo el aire se me cortaba a la mitad, como si la garganta se hubiera reducido a un hilo. Mi corazón empezó a golpear con violencia, sin ritmo. Y ahí apareció el pensamiento que siempre llega sin avisar: te estás por morir.

Me apoyé contra el carro de compras, tratando de hacerme pequeño, ocultarme. Era ridículo, lo sabía, pero en ese instante no había razonamiento posible. El mundo se me cerraba, se estrechaba como un pasillo interminable. La gente se movía en cámara lenta, pero al mismo tiempo todo parecía demasiado rápido.

Mi visión se empañó un poco. Sentí las piernas flojas. Quería salir corriendo, pero también tenía miedo de desmayarme si lo hacía. Entonces dejé el carro, sin decir nada, y caminé hacia la salida con pasos cortos, casi torpes. No miré a nadie. El aire de la calle me golpeó en la cara como un balde de agua helada.

Me apoyé en la pared del edificio y cerré los ojos. “No te estás muriendo. Ya te pasó antes. Va a pasar otra vez.” Me repetí esas palabras sin convicción, pero aun así las dije. El corazón seguía acelerado, pero ya no estaba tan fuera de control. Me concentré solo en sentir el aire entrar por la nariz, por áspero que fuera, y salir por la boca como un suspiro detenido demasiado tiempo.

Un minuto, dos minutos… no sé cuántos pasaron. Lo único que sé es que, poco a poco, el mundo volvió a su tamaño normal. La calle se estabilizó bajo mis pies, mis manos dejaron de temblar y mi pecho, aunque todavía apretado, ya no parecía colapsar.

Abrí los ojos. La vida seguía ahí: autos pasando, alguien riéndose al teléfono, un perro tironeando la correa de su dueño. Todo igual que antes. Todo igual que siempre.

Yo, en cambio, estaba agotado… pero de vuelta en mí.


💬 ¿Qué me dejó esta experiencia?

Más que miedo, me dejó una certeza:
que el cuerpo habla incluso cuando uno no quiere escucharlo.

Ese instante me recordó algo profundo y silencioso: que no estamos hechos solo de lo que mostramos, sino también de eso que a veces ocultamos por vergüenza, por miedo o simplemente porque no sabemos cómo contarlo.

Sentí vulnerabilidad, sí.
Pero también una extraña claridad.
Una necesidad casi urgente de poner en palabras lo que me había pasado, para entenderlo… y para acompañar a quien alguna vez sintió lo mismo.

Lo que viví ese día no fue solo un ataque de pánico: fue un encuentro incómodo pero real conmigo mismo. Una pausa involuntaria que, de algún modo, me obligó a estar presente.


🤝 La importancia de contarlo

Si estás leyendo esto, ya formás parte de esta historia.
Porque contarla no tiene sentido sin alguien del otro lado que la reciba, que la piense, que la sienta.

Lo que viví fue mío, sí.
Pero cada persona que alguna vez se sintió desbordada, atrapada o sin aire, hace que este relato deje de ser individual y se convierta en algo compartido.

Gracias por estar del otro lado.
Gracias por leerme.


📬 Quiero leerte

¿Qué te generó esta escena?
¿Te resonó alguna parte?
¿Te despertó recuerdos, imágenes, preguntas?

Podés escribirme cuando quieras. Me encantaría leerte.

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